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El negocio de la televisión por ‘streaming’: ¿una nueva burbuja?

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Cuando Reed Hastings –director ejecutivo y fundador de Netflix– se jactó de que lo que más le preocupaba era la necesidad del ser humano de cerrar los ojos unas horas, estaba enviando un mensaje a sus rivales; en especial, a HBO y Amazon, dos de las plataformas de streaming con las que libra la guerra por la nueva televisión. Dicho en plata, les estaba espetando: «No sois rivales para Netflix».

Las plataformas invierten cada año en series y películas tanto como toda la industria petrolera de Estados Unidos. ‘The economist’ habla de una burbuja como la del ‘fracking’

Ese tiempo que sus abonados ‘perdían’ durmiendo era el único tope productivo que retrasaba a la multinacional en su ambición por coronarse como proveedora universal de ficción televisiva. Corría el año 2017 y la pelea por colonizar nuestro tiempo libre no había hecho más que empezar. Un año después, Hastings seguía subestimando a sus rivales. «¿Competencia? Nuestra competencia es Fortnite (un videojuego)».

En 2020, sin embargo, el panorama ha cambiado. La guerra del streaming es encarnizada. Y en liza hay media docena de ejércitos formidables; entre ellos, Disney, Apple TV+, HBO Max (que llega en mayo), Amazon Prime Video…, además de un puñado de secundarios. El resultado es incierto, pero definirá nuestra manera de consumir televisión durante los próximos años.

Netflix presume de tener 167 millones de suscriptores en más de 190 países. Pero Hastings reconoce que su plataforma ha experimentado un frenazo. Ha acusado la irrupción de Disney Plus en noviembre, que ya ronda los 41 millones de abonados en Estados Unidos y se estrena en Europa el 24 de marzo. Por otro lado, Jeff Bezos –CEO de Amazon– acaba de anunciar que ha superado los 150 millones de suscripciones de pago, aunque su negocio no es la televisión, sino la venta on-line, pero con la golosina de las series mantiene a sus compradores fidelizados. En fin, pocas clientelas más fieles que la de Apple, que ha fichado a Spielberg para su tele, inaugurada en noviembre, un incentivo para vender más iPhones.

Un videoclub inagotable

El streaming, que permite el visionado inmediato de un programa sin necesidad de descargarlo, acapara ya el 60 por ciento del tráfico de Internet. Netflix sigue en cabeza, pero pierde terreno. Según un estudio de la compañía Sandvine, el consumo de series y películas a través de esta plataforma representa el 12,6 por ciento de los datos planetarios, pero llegó al 19 por ciento en 2018. YouTube la sigue con el 8,7 por ciento.

Es un mercado que, de momento, nadie domina. Muy fragmentado y con síntomas de saturación. El modelo de negocio del que Netflix fue pionero se basa en dos premisas. Del lado de la programación, funciona como un videoclub inagotable, sin anuncios. Y a un precio asequible, entre 5 y 15 euros, menos de lo que cuesta un DVD. Del lado de la producción, es una churrería que está constantemente poniendo en la freidora nuevo contenido. De rebote, la piratería se ha convertido en un problema menor. ¿Para qué arriesgarse a coger un virus cuando te lo dan tan barato?

La prueba de que es un modelo exitoso es que en el mundo ya hay 700 millones de hogares abonados a unas 30 plataformas. Si consideramos que cada hogar lo componen una media de tres miembros, y que los jóvenes suelen compartir sus suscripciones entre amigos, ¡un tercio de la humanidad ya consume esta televisión!

Y hay que alimentar a la ‘bestia’. Se invierten 100.000 millones de dólares al año (90.000 millones de euros) en nuevas series y películas, tanto como en la industria petrolera de Estados Unidos. Pero el modelo puede morir de éxito. Los analistas advierten de que estamos ante una burbuja, una de esas gigantescas que el capitalismo incuba cíclicamente. Y es de tales proporciones que The Economist la compara con la fiebre del ferrocarril en 1860, la del automóvil en 1940 y la del fracking en este siglo.

Es un mercado, además, muy endeudado. El gasto en producción propia y los acuerdos para adquirir licencias han provocado que estas compañías hayan pedido prestados 500.000 millones de dólares (453.000 millones de euros). ¿Será 2020 el año del pinchazo de la burbuja? Desde luego, mantener el ritmo de estrenos –532 series el último año– sería una proeza. Y quizá una temeridad. Pero las plataformas están atrapadas en esta dinámica porque es un negocio basado en las suscripciones, no en los ingresos publicitarios (de momento). No necesitan publicidad, pero terminarán necesitándola, auguran los expertos, porque las cuentas no salen. Como enseñó Bezos antes de convertirse en el hombre más rico del mundo, no hace falta que salgan… siempre que aniquiles a tus rivales.
Así que Netflix intenta convencer al espectador de que su catálogo es tan amplio que no debe irse a la competencia. Y se gastó el año pasado 15.000 millones de dólares en producción propia para demostrárselo. Pero la competencia tiene la misma idea. ¿Resultado? ¡Más madera! La primera víctima ha sido YouTube Premium, cuyas series han pasado a ser gratis desde enero. El pago no ha funcionado. No hay sitio para todos.

Eludir el pago de impuestos

Mientras tanto, la televisión tradicional pierde ingresos y audiencia. En España ya hay seis millones de abonados a las plataformas de streaming estadounidenses y otros siete millones de clientes que pueden ver las series incluidas en los paquetes de Internet y telefonía de los tres grandes operadores de telecomunicaciones (Movistar, Orange y Vodafone). Las cadenas en abierto (Mediaset y Atresmedia) también se han sumado a la contienda.

Al regulador (y a Hacienda) la nueva televisión lo ha pillado en Babia. Las plataformas estadounidenses se las ingenian para escurrir el bulto a la hora de tributar, desviando su facturación a sociedades pantalla en terceros países. Y tampoco ayudan a financiar el cine europeo y Radio Televisión Española, una obligación que sí tienen los operadores nacionales.

El espectador se ha acostumbrado a la ‘pata negra’. Un episodio de ‘The Crown’ ronda los 13 millones. De momento, no es negocio. Será rentable para la plataforma que sobreviva

Producir una serie de éxito no es barato. El espectador se ha acostumbrado a la ‘pata negra’. Un episodio de Stranger things ronda los 8 millones de dólares; uno de The Crown, 13 millones; los de la última temporada de Juego de tronos, 15… ¿Cómo puede ser buen negocio producir tantas series (y de tanta calidad)? De momento, no lo es. Todas las grandes plataformas gastan más dinero del que ingresan. Pero será rentable para las que sobrevivan. Disney calcula que solo conseguirá beneficios del streaming a partir de 2023 y confía en haber consolidado para entonces sus tres plataformas: Disney Plus, ESPN Plus y Hulu, su última adquisición. HBO Max no será rentable hasta 2025.

En cuanto a Netflix, arrastra una deuda de 12.000 millones de dólares. De hecho, la diferencia entre lo que ingresa por suscripciones y lo que gasta en nuevos contenidos es sustancial. Pero tampoco se pueden quejar. Las acciones de Netflix valían un dólar en 2002; hoy valen 343, aunque son muy volátiles. No obstante, Ted Sarandos –el responsable de contenidos– ya ha pedido a los directores de las series que se corten con los gastos.

Además, Netflix vigilará quién comparte sus credenciales, cuando hasta ahora hacía la vista gorda. También ha cambiado la forma en la que contabiliza los visionados de su contenido. Normalmente, consideraba espectadores a aquellas cuentas que habían visto al menos el 70 por ciento de una serie. Ahora basta con una reproducción de dos minutos. Infla los datos con la esperanza de tranquilizar a sus inversores. Con esta nueva manera de medir, puede presumir de que la primera temporada de The witcher ha sido vista por 76 millones de hogares el primer mes.

La burbuja, de momento, tiene a dos gremios pellizcándose. Uno es el de los guionistas, que empiezan a recibir la consideración que se merecen. Otro es el de los espectadores, que tienen mucho y bueno a su disposición. Al cliente se lo mima. No en vano Reed Hastings fundó Netflix por un berrinche. Le pusieron una multa de 40 dólares en el videoclub, allá por 1997, por no devolver a tiempo una peli alquilada. Y se juramentó que ofrecería un servicio que siempre tuviera contentos a sus clientes. De momento, lo ha conseguido. Está por ver cuánto durará el idilio.

Fuente: https://www.xlsemanal.com

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